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viernes, 26 de julio de 2013

Danielle, la chica que invisible era



En definitiva, ella había muerto.



Hacía un frío descomunal afuera y adentro Danielle se aburría escuchando alguna historia de terror con la misma temática que su abuelo les contaba a ella y sus primos pequeños. El suspenso se va cuando te sientas a escuchar sobre un hombre que, tras un accidente, perdió a su esposa y por si fuera poco, le tocó vivir secuelas de por vida que le hacían ver a su difunta mujer; todo eso, esas vibras, se desvanencen cuando a la semana te cuentan sobre una mujer a la que se le fueron amputadas las piernas ya que, por cosas de la vida, un yunque le cayó desde las alturas de una construcción y que tras ese incidente no podía dormir, pensaba que en el pasillo que daba al comerdor había algo o alguien que se acercaba a ella y no podía escapar, ya que piernas no tenía.
Danielle se levantó de la alfombra y se dirigió a la cocina, de camino allá vio a sus padres sentados uno frente al otro dialogando de algo que su sentido auditivo no le permetía escuchar, ellos ni siquiera notaron a su hija pasar. "Claro, como siempre soy invisible" pensó la joven. Entró a la cocina, recorrió el lugar con la mirada, su hermosa vista. Danielle era una chica un tanto bastante especial, poseía el Génesis de Alexandria o de Alejandría, como se le empezó a llamar desde los 60. Sus ojos violetas se detuvieron en el horno, al lado de el y debajo de la cerámica estaban tres aparadores, la chica abrió el primero y su objetivo estaba allí reflejándola, un cuchillo de cocina. Lo ocultó en su camisa, salió y se dirigió sin disimular (no lo necesitaba, era la chica invisible) hacia el baño. Una vez allí, se miró en el espejo, "que asqueroso ser" pensó ella. Sacó el cuchillo, puso la hoja sobre su mejilla izquierda y se volvió a mirar en el espejo.... iba a hacerlo, acabaría con su vida ese 27 de Febrero, pero como era una chica masoquista con un historial suicida extenso ántes de esa velada, prefirió hacer lo que consideraba su actividad favorita durante las noches además de llorar. Uno, dos, tres... contaba Danielle. Cuatro, cinco, seis... pensó en su madre. Siete, ocho, nueve... pensó en su padre. 10, 11, 12... pensó en sus primos. 13, 14, 15... pensó en su abuelo. 16, 17, 18... pensó en ella misma y en el favor que le haría a los demás si por fin se iba, no mas Danielle la que solo estorba. 19, 20... tan solo 20 cortes profundos en su brazo derecho.
Las lágrimas salían una tras otra, pero sus mejillas estaban resecas, habían soportado el peso de 17 años de vida y todo lo que implica sobrevivir a la soledad, ya no sentía nada y menos unas pequeñas gotas de agua en las cuales estaba depositado cada gramo de dolor que se había causado y que le habían causado. No se dió cuenta de que lloraba sino hasta que una de esas lágrimas cayó sobre su corte número 16 de esa noche, "ésto solo le da sabor al caldo" pensó ella en su corrompida memoria que se remontaba a los hechos que la llevaron a librar la última batalla sin siquiera ser mayor de edad. Levantó la mirada, el espejo no le decía que ella era la mas hermosa, se burlaba de su aspecto como lo habían hecho la gran mayoría de las personas que hasta ese entonces había conocido: los chicos de la escuela, los profesores que hablaban bajo a sus espaldas, su propia familia que aunque bromas siempre le gastaban, ella salía herida por dentro, por lo que adoptó una personalidad fría, casi tanto como el clima de afuera esa noche de Febrero.
Cuando se levantó de su cama esa mañana, tras una noche de pesadillas (como si lo común no fuera otra cosa) solo pensó en una cosa: "oh Dios... viva aún estoy", claramente los medicamentos que había tomado después de una muy corta cena en la que apenas la mitad de una manzana verde había ingerido fueron vomitados un par de horas después, por lo que las lágrimas de amargura y la desilución se levantaron de su cuna cuando se dió cuenta de que el efecto no se había dado, no había muerto. No quería ir a la escuela, ya sabía lo que ocurriría y no es que fuera alguna especie de vidente, su vida escolar era monótona aunque si existía algo a su favor, era que tenía unas notas muy buenas producto de un cerebro bien desarrollado, claro... Génesis de Alejandría. Decidió que estaba enferma (ja! que ironía tan repentina) y su mamá, tan inocente, le creyó. No comió casi nada en el almuerzo, y una vez más la excusa de su falta de apetito era su enfermedad, aunque la causa real era que no quería engordar a pesar de que flaca o gorda ella siempre se vería fea para si misma. Se moría de hambre. Cinco, seis de la tarde, caía el sol ante la todo poderosa luna y el peor momento llegaba, la noche.
No quería recordar esa fea noche, ahora solo estaba el presente y sabía que no habría futuro si lo hacía, si por fin acababa con todo. ¿por qué hacerlo? ese sufrimiento no se iría solo, ella no tenía la fuerza de voluntad para hacerle frente de la manera en que todos los seres humanos deberían enfrentar sus problemas: con escudo, espada y gritando "por Esparta". Ella prefirió irse por el camino fácil, la muerte. El autor de esto debería ser ejecutado pues está sacando a la luz un mensaje que no debería de haber salido de la botella, un mapa que no conduce a un tesoro, un arcoíris sin olla llena de oro al otro lado. El que escribe esto no tiene mucho más que contar, salvo el final de Danielle. Si tuvo un final y no precisamente a causa de un accidente, fue algo que ella mismo provocó. A la mañana siguiente su padre entró al baño luego de una noche callada, no imaginó (imposible con lo poco que le prestaba atención) que se encontraría con el cadaver de su hija y una nota escrita en sangre sobre papel higiénico: "al fin lo logré, los liberé de mi peso, hasta pronto". En definitiva, ella había muerto.