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miércoles, 13 de noviembre de 2013

El ángel Ícaro y el difunto prodigio (leyenda Alejandrina)


   Durante la alta época Alejandrina, que se caracterizó por la cantidad de sucesos que marcaron el desarrollo como bases del imperio, existió un soldado llamado William Lancelot; un guerrero nato, habilidoso como pocos, dominaba casi todos los estilos de combate y la gran mayoría de armas que a su disposición estaban. Con él, la primera escuadra Alejandrina conquistó territorios franceses betánicos y se instalaron en una China muy debatida por los vanistas. William ideaba estrategias en las que la violencia se notaba en un plano mayor que la táctica, pero sin embargo eran efectivas. Parecía el guerrero inequívoco, y seguramente en Alejandría era el indiscutible campeón y líder de la milicia, pero en lo absoluto, no era perfecto. Su defecto más notable era su temperamento, era de esas personas impredecibles, no sabías si de un momento a otro se levantaría de su asiento, iría hacia ti y te propinaría un manotazo que te haría sentir agonizante. Se enojaba por cualquier cosa, creía que era una especie de Dios o gran precursor al que todos tendrían que seguir y respetar, adorar inclusive. Si, seguramente se veía a si mismo como una máxima autoridad. El rey Alejandro lo tenía en la mira de manera frecuente, también pensaba en cómo reaccionaría ante los enemigos que tendrían que asesinar él y la escuadra que era ordenada. Si no fuera por sus habilidades y esa especie de ambición con la gloria que poseía, William no habría durado mucho tiempo dentro de los muros reales. Era prepotente y poco flexible, su personalidad solo podía resumirse en un adjetivo: insoportable. 

   Una noche, en el comedor de soldados, todos cenaban. Algunos entre murmullos, otros entre frases bien articuladas hacia sus compañeros. Habían dos cosas que le daban a esa velada un aire interesante; la ausencia del rey, quién había asegurado presentarse en la mesa para informar de algo importante a los presentes; y la cara poco agradable de William debido a la caza fallida en los bosques de Radamen aquella tarde, no le daba vueltas a otro asunto, según su alter ego, el error fue dejar la trampa que él había construido en manos se Stevhan, un compañero Topógrafo. Mientras todos comían, William clavaba su mirada en Stevhan, éste se percató y tragó saliva algo nervioso. Cuando William ya no aguantó más, algo en su cabeza se descontroló, tras levantarse y hacer sonar sus nudillos, se acercó a su compañero y dejó caer una mano en su hombro, apenas le dio tiempo para voltear la cabeza cuando Lancelot le rompió la quijada con un zurdazo cargado de resentimiento injusto, al mismo tiempo cuatro solados se levantaban y alejaban al prodigio, quien tenía ganas de más. Otros dos compañeros ayudaban a Stevhan a reincorporarse; el rey finalmente llegó aunque el motivo de su retraso no lo dio a conocer. Todos los soldados salieron de su miedo y asombro cuando el rey pronunció con un tono abrupto y poco amigable: "creo que para ti, Lancelot, ya no hay lugar al que puedas llamar hogar en estas tierras. Márchate." El guerrero calmó sus ganas de matar y oler sangre nuevamente, algo de pocos segundos, porque le contestó: "la próxima vez que me veas, será antes de irte al otro mundo. Este imperio arderá gracias a mi."

   William, ya expulsado de las tierras principales de Alejandría aquella noche, no cumpliría con esas palabras, al menos no en vida. Dos noches después del incidente en el comedor, el 30 de diciembre del 90 d. Z., Lancelot vagaba a las afueras de Génova (había recorrido más de 120 KM en menos de 48 horas), su agonía era notable, pero el orgullo y el enojo seguían celebrando en su cabeza, el viento molestaba su rostro, estaba indefenso. No pudo esbozar más pensamientos de maltrato hacia el rey pues del cielo cayó un cuerpo, era el ángel Ícaro, quien por coincidencia o intervención del destino, aterrizó sobre William dejándolo muy mal herido. Ícaro apenas pudo salvarse, se repuso con dificultad y quiso salvar a Lancelot, pero al ver su mirada encontró malos pensamientos, rencor, furia, muchos males reflejados en un hombre. Ícaro fue lo último que el guerrero observó realmente antes de sumergirse en el sueño eterno. El resto es historia tanto como un dicho como de manera literal, Ícaro se hizo con un puesto muy importante en la antigua Alejandría (no solo siendo uno de los caballeros reales, sino uno de los nueve ángeles que protegen el reino). El origen de este ser es casi el mismo que el de Alejandro, la diferencia existe en las alas. 

   Lancelot, desgraciadamente, se convirtió en un verdugo de alma sucia para los seres humanos, sus palabras se las ha llevado el viento, pero las resopló hacia los infiernos donde sus alas negras se preparan para atormentar en vida a Alejandría, claro que con un buen ejército a sus órdenes, una milicia endemoniada que es representada como un día festivo en tributo al difunto guerrero (que por sobre todas las cosas siempre será alejandrino), el 2 de noviembre, bautizado como día de los muertos o de los fieles difuntos, que se expandió como una celebración internacional un par de años después de su creación. William Lancelot pasó de ser un mortal con habilidades de prodigio y defensor del escudo Alejandrino, a ser un ángel de alas negras de la categoría destructor que comanda buena parte de los ejércitos de Ares y reside en los infiernos. Su espíritu vengativo vaga atormentando mortales, pero el ángel protector Ícaro lo combate personalmente, es la representación física de las esperanza para los Alejandrinos, una bendición caída o enviada para cumplir una misión, al igual que todos los ángeles. Un símbolo de paz en un mundo divido por las guerras y el poder, un precursor y amante de la vida, noble de corazón. Leyenda que nace en San Fernando el 30 de diciembre después de Zaira. 

- El misántropo autor.




1 comentario:

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