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domingo, 2 de febrero de 2014

Personajes históricos II: Alexandra, la eterna leyenda


   Los cuatro grandes imperios de la antigüedad no podían regirse a base de un Rey, una Reina, y un millón de soldados. Hacía falta tener allegados, Sargentos, Almirantes, Capitanes, guerreros natos, estrategas, espías, topógrafos, hechiceros en algunos casos, filántropos y misántropos. En la antigua Alejandría la jerarquía se presentaba de la siguiente manera:

1) Rey, Reina, Príncipes, Duques y Condes.
2) Caballeros de la mesa alejandrina.
3) Consejeros, hechiceros, espías y guerreros especiales.
4) Generales alejandrinos (líderes de las escuadras).
5) Sargentos alejandrinos (líderes segundos).
6) Capitanes alejandrinos (líderes menores de las escuadras).
7) Soldados alejandrinos, asociados al imperio y trabajadores respetables.
8) Sirvientes de la Nobleza, trabajadores de clase baja, media y comerciantes.
9) Habitantes de Alejandría (todo territorio del que el imperio fuera dueño).
10) Escoria de la sociedad, enemigos del imperio, y traidores. 

   Básicamente es una pirámide bien organizada, pero por el hecho de ser una escoria de la sociedad no quiere decir que algún personaje no haya tenido relevancia o no haya podido ascender en la pirámide. De hecho, algunos personajes históricos del reino empezaron siendo humildes soldados. La persona que nos ocupa hoy es una mujer, quién demostró a una edad moderada de 16 años que sus habilidades con la espada eran tan temibles que hacían ver a los hombres del Rey como aprendices. Su talento se hacía notar cuando era molestada y posteriormente retada por vagabundos, bravucones e incluso soldados, a duelos con espada a veces por dinero, otras por su vida... pero ella siempre demostraba que una mujer podía ser tan feroz como un hombre; y por fortuna para sus adversarios, era piadosa, y los dejaba marchar. 

   Alexandra da Livorno (Livorno, Italia; 28 de octubre de 182 d. Z. - San Antonio de Alejandría, Italia; 22 de diciembre de 236 d. Z.), es sin duda de las personajes femeninas más simbólicas en la historia de Alejandría, hablando en líneas generales. No quiero decir mucho de su infancia, pues en mis anaqueles de historia no hay registros muy interesantes de la misma. Nació en la provincia de Livorno, en la frontera con San Antonio de Alejandría (hoy Florencia), y se crió allá hasta mediados de su adolescencia. Cuando sus padres decidieron trasladarse a la provincia de Arezzo, ella tenía 15 años y un número de víctimas que estaba por los siete u ocho (era bastante considerando que se trataba de la "niña buena"). Este hecho comenzó a circular como un rumor verídico por las calles de Arezzo, y los chicos de su edad y hasta mayores buscaban comprobar esas palabras, solían retarle a competencias físicas que una que otra vez terminaban en peleas de uno contra uno, ya fuera cuerpo a cuerpo o a espadas. La gente tenía envidia e impresión de cómo la fémina hacía morder el polvo a los osados jóvenes de la época. Un par de años después ya era retada a combates a muerte, los juegos de manos comenzaban a hacerse de villanos, pero Alexandra no temía arriesgarse, era tan valiente como un guerrero que ha perdido a su familia y ya no le importa nada. Seguía saliendose con la suya, estaba invicta; y se tiene memoria del primer y único torneo de lucha al que entró: en su misma área de residencia se enteró del evento, pero se llevaría a cabo en San Antonio de Alejandría, al Noroeste, afortunadamente a pocos kilómetros de su posición. Tuvo que hacer el viaje a escondidas, pues sus padres desaprobaban su conducta "salvaje y poco femenina". La mañana del día del torneo se escapó de su casa y se ocultó entre la mercancía de un comerciante que viajaba a la mítica San Antonio para cerrar un trato, o quizás para estafar a alguien; eso no era asunto de ella. Al llegar tuvo que ir apurada a inscribirse, logró participar y adivinad lo que sucedió... le partió la cabeza a varios hombres grandes, fornidos y diestros con la espada. Era la única mujer que participaba, y eso impactó a la audiencia. A todo esto, la sede del evento era en el Obelisco Vanbuyteno, un espacio bastante amplio y mítico que guardaba tributo a la primera Reina de Alejandría: Angela Van Buyten. Simplemente nadie lo creía, pero la destreza y audacia de Alexandra llamó la atención de los entes al servicio del imperio que allí se encontraban, guardias, soldados, mismísimas figuras como el conde Oriol Casanovas, uno de los gobernantes de San Stephanoff (hoy Cataluña, España), quien había viajado desde allá como invitado. Alexandra no ganó el torneo por el hecho de que su modestia era alta y su ambición escasa, dejó que un tarugo con una panza buena para el Sumo la acorralara unos segundos antes de rendirse en las rondas se semifinales, pero varios de los allí presentes, incluyendo el Conde, sabían que ella hubiera vencido y obtenido el premio en Oro. 

   Tras su grandiosa actuación fue reclutada de inmediato por la armada alejandrina; Alexandra, ni corta ni perezosa, decidió aceptar (quizás por el hecho de que su familia no la trataba por lo que era: una valerosa adolescente que buscaba libertad. Sin embargo no los dejaría de ver o tan siquiera contactar). Con casi 18 años fue llevada a la academia de instrucción en el combate alejandrino, pasando también por la milicia y la escuela de Filosofía instaladas en la parte más importante del reino, San Fernando (hoy Milán, Italia). Tuvo repetidas oportunidades de ver el enorme castillo de la antigua Alejandría, su cara de impresión nunca vacilaba ni cambiaba al contemplar las enormes puertas, ventanales, torres y banderas; le fascinaba la vida de los nobles, y soñaba con estar ahí. Durante algunos años fue adquiriendo mucha experiencia y conocimiento, su talento para el combate se agudizó el doble, haciéndose temer por buena parte de los soldados en entrenamiento (mayormente hombres), y escalando rangos en la milicia juvenil y posteriormente llegando a ser soldado al servicio del reino. Ese día fue uno de los mejores de su vida, pues por fin podría ir a batallas con los grandes siendo parte de una jerarquía que se inclinaría prontamente ante sus golpes mortales y sus patadas rompe quijadas. Disfrutó cada segundo torturando a vulgares ladrones en los callejones, persiguiendo espías por los estrechos mercados, apuñalando las gargantas y corazones de quienes estaban condenados a la muerte, y recibiendo sus más merecidas felicitaciones de parte de sus superiores. Era un prodigio para el combate y comenzaba a ser estratega, poco a poco su mente se abría a las grandes posibilidades que la vida le proporcionaba; era enérgica, atlética y causaba eyaculaciones prematuras a los hombres que la veían pasar en las calles... y a algunas mujeres también. Con 22 años su nombre resonaba por la ciudad, su bondad crecía de igual manera, por lo que no abusaba de sus habilidades y siempre estaba dispuesta a aprender algo nuevo de quien sea... pero eso se convirtió en un defecto cuando, un buen día, mientras observaba la ciudad en callada amargura, un hombre la llamó desde atrás y le hizo señales para que lo siguiera. Su curiosidad venció y él la condujo hasta un pequeño tiradero algo alejado de los demás, allí le hizo una propuesta; él le daría una sustancia que le proporcionaría una especie de poder divino, si ella le obsequiaba algo tan de poca importancia como el correr de las horas: su cordura. En un principio no quiso aceptar, no quería causar alguna desgracia por la pérdida del control, sin embargo ese poder le llamaba la atención. No le dio más vueltas al asunto, pero en el camino de vuelta y el resto del día su mente no la dejó descansar.

   Por azares del destino, o simple estupidez humana, Alexandra aceptó el trato, y eso le cambió la vida para bien y para mal, pero más para mal. La sustancia que el hombre le dio era una especie de planta, unas hojas machacadas mejor dicho; él le dijo que mientras más consumiera, más tiempo duraría el poder, y que cuando se acabara, ella tendría esa habilidad de manera permanente, pero su cordura se habría perdido y le pertenecería a él (era bastante obvio que era un brujo). Alexandra debió capturarlo, pero su ambición se despertó por primera vez y le dio la mano, llevándose la pequeña caja que contenía las ramas consigo. Durante varios de años mantuvo esa caja guardada, sin consumir nada, pero el día 3 de diciembre de 209 d. Z. el Rey le hizo un llamado urgente, pidiéndole que la acompañara a enfrentar un grave problema. Era el cuervo de Alejandría (en resumen: un espíritu misántropo que atormentaba al imperio desde casi toda su historia; es cada pensamiento malo y negativo que sus habitantes y Reyes han tenido, materializado en un hombre cuervo), quién amenazaba con asesinar a todos los miembros de la realeza. El Rey por ese entonces era Alejandro Magno II, quién confiaba y tenía especial interés por Alexandra (ya para ese entonces Sargenta de la escuadra de guerra de San Fernando), y decidió emprender un viaje al lado más oscuro de la ciudad, donde habitaba el temible enemigo, llevando consigo su mejor armamento y a Alexandra. Solo dos personas irían a hacerle frente y a intentar liberar al imperio de una vez por todas de ese mal que durante siglos estuvo fastidiando. Lo siguiente es conocido si se ha ido al museo de Alejandría al menos una vez:

   El Rey y Alexandra llegaron a la morada del cuervo, a horas de una noche de invierno muy callada. Cuando la chica vio al híbrido por primera vez, su impresión no tuvo cabida. Era realmente increíble ver a un espécimen de hombre con un pelaje negro brillante, ojos rojos, pico medio alargado, voz humana con toques siniestros, un par de alas gigantes que desprendían una que otra pluma, garras, y muy malas intenciones. Alexandra no podía dudar, pero supo a simple vista que no era una rival lo suficientemente capacitada; fue ahí cuando recordó las hierbas que el brujo le había otorgado varios años antes. La leyenda dice que ella consumió una parte no muy exagerada de lo que había en el pequeño cofre, segundos más tarde experimentó el viaje más impactante de su vida, como si agonizara y su existencia pasara ante sus ojos, y al final del túnel hallaba que la luz era solo la entrada a un estado psicológico, físico y espiritual totalmente equilibrado; era la perfección, o al menos eso parecía. Alexandra notó severos cambios en su fuerza física y habilidades con armamento, su mente no solo visualizaba un plano de la situación a enfrentar, eran tres planos que se organizaban de manera que su cabeza no se atareara y pudiera tener un control mucho mayor de las batallas; era más veloz y astuta, pero también más sanguinaria. Junto con el Rey, los que quizás eran los dos mejores guerreros e iconos indiscutibles de un extenso imperio, hicieron frente al cuervo (por segunda vez en realidad), y lograron encerrarlo en una urna que el Rey llevaba consigo; urna que se adaptó al tamaño de una pieza de Ajedrez.

   Los años siguieron pasando, y Alexandra, ya siendo una guerrera muy cercana al Rey y enviada a misiones especiales, estaba cerca de conseguirse un puesto en las butacas más altas del reino. Pero de vez en cuando tenía que recurrir a estas hierbas especiales para fortalecerse en todos los aspectos, salvar su vida y la de otros. Las consecuencias empezaban a hacerse notar: a sus 35 años tenía los músculos algo dañados, su piel se hizo más oscura y sus ojos se cansaban con mayor rapidez. No eran tan enérgica como se le recordaba, parecía que iba envejeciendo más rápido que los demás, pero sus habilidades para el combate e inteligencia seguían intactas, y hasta incrementaban. Ya por esta edad es que sus mayores aportaciones en el ámbito de la lucha se hicieron ver. Alexandra perfeccionó y modificó algunos estilos de combate cuerpo a cuerpo que fueron menesteres en el imperio, y que la milicia tomó algunos años más tarde para instruirlos a los nuevos solados, creando ejércitos que seguían los pasos de ella. Además, era famosa en San Fernando por otro detalle: sus consejos, los cuales ayudaban a la gran mayoría de personas que los recibían. Eran como mensajes del cielo, soluciones semi-milagrosas que la hacían ver a ella como una Diosa, una consejera experimentada, o simplemente una mujer que sabía qué decir. 

    Eso, y otras aportaciones para la historia, hicieron que a raíz y, tras la muerte de Alexandra, se creara una subdoctrina en su honor. El Surizmo, una de las seis subdoctrinas derivadas del Alejandrinismo (la doctrina principal que regía el imperio), la cual adoraba a Alexandra como principal exponente, y juntaba todas sus aportaciones, enseñanzas y estilo de vida, para crear una nueva forma de ver el mundo tan poco avanzado de antes. El Surizmo se instaló en una parte de San Fernando, para extenderse hasta San Antonio (tomando los territorios que separaban estas dos ciudades una de la otra), y posteriormente se extendió a una buena parte de Italia; lamentablemente Alexandra no vivió para ver su legado. En el puente levadizo del castillo de la antigua Alejandría, en San Fernando, se podía notar las inscripciones en Oro de las tres ángeles que protegían a los pobladores del reino, y abajo de estos tres nombres, se podía visualizar también el de Alexandra, en una hermosa letra inclinada. Su importancia es vital, no solo porque a base de ella vinieron un buen par de relatos en el futuro que le dieron vuelta a lo que sucedía dentro de las tierras de Magno II, sino porque con su partida se llevó algunos "títulos" a la tumba. El más destacado fue cumplir su sueño, es decir, pertenecer a la Nobleza. A sus 45 años ya era una caballera de la mesa alejandrina, posicionándose en el segundo escalón más alto de la pirámide. Los privilegios de los que gozaba eran únicos, pero su cuerpo y alma no eran los suficientes como para sacarle el máximo provecho, estaba visiblemente deteriorada ya. Consiguió una pareja aun así, un hombre un par de años mayor que ella; un humilde herrero muy trabajador, de nombre Baron y con residencia en Cremona, una provincia muy cercana a San Fernando. Estuvieron juntos durante los últimos nueve años que ella duró en pie, hasta sus 54 años, pues la madrugada del 22 de diciembre de 236 d. Z. los territorios que iban de San Fernando hasta Génova fueron invadidos por el imperio betánico; fue algo bastante grande y brutal. Los betánicos simplemente querían causar disturbios y desastres en las zonas más importantes de Italia y del reino. Así lo hicieron durante un par de horas, al tiempo que combatían contra las defensas alejandrinas. En eso Alexandra fue despertada y llamada de inmediato a la sala principal del castillo, allí los demás caballeros escucharon las ordenes del rey Magno II, quien alterado decidió sacar a sus mejores guerreros para exterminar sin piedad, y con lujo de tortura, a la invasión enemiga. Alexandra supo que su, ya por entonces marido Baron, estaría en peligro, así que junto a un puñado de soldados bien armados se separó del grupo y emprendió un corto viaje a defender Castelleone, el pequeño pueblo en donde él se encontraba en esos momentos. Nada puro preparar a la amaestrada luchadora para lo que encontró al llegar: el cuerpo de Baron con varias apuñaladas en las costillas y el pecho, tirando sangre a montones, ya muerto. Su humilde casona había sido incendiada por nada menos que el caballero betánico Josua Armando Graves, al cual se le atribuía también la muerte de más de 15 habitantes de Castelleone, incluyendo a Baron. Quizás fue uno de los momentos más dolorosos que Alexandra vivió, pero no duraría demasiado tiempo más, ya que al batirse a duelo con el caballero, la alejandrina fue asesinada tras haber recibido profundas heridas en las piernas por parte de las espadas de Josua, caer al suelo desangrándose para segundos después, y mirando una última vez al cielo oscuro envuelto en agonía, ser apuñalada justo en el corazón, tal y como ella solía hacer con sus víctimas cuyo perdón no era concebible. 

   Hay algo curioso en todo esto, y es que si quizás ella no hubiera estado envuelta en las drogas desde hacía mucho, las oportunidades de haber despojado de su existencia a Josua Graves hubieran sido mayores, pues los años te hacen perder fuerza y velocidad, pero la inteligencia siempre va en aumento y las habilidades se perfeccionan. El final de esta valerosa y legendaria mujer fue terrible, asqueroso, y llenó de odio y tristeza los corazones de los demás caballeros de mesa, de los soldados de rangos menores, y sobre todo del Rey. Fue una pérdida muy difícil, pero luego la tormenta de disiparía para traer el arco iris, que es el legado que Alexandra suarez dejó: el Surizmo. 


- El misántropo autor.




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