Hace poco más de medio año, durante mi
proceso de duelo, seguí los consejos de una vieja gloria para comenzar a sanar
de una manera que pueda pertimirme aspirar a un cambio. Es eso lo que buscamos
todos, ¿no es así? El cambio.
A lo largo de nuestras vidas, pasamos
por periodos, unos más largos que otros, en donde somos seres que se ven
construidos y formados según lo que nos rodea. Tenemos distintos círculos
sociales, distintas relaciones familiares, gustos hacia un género de algo,
consumo prolongado de otra cosa, pero ¿todo esto nos tiene que definir sin más?
¿Somos lo que nos rodea y ya?
Si me hubieran preguntado hace unos
años, mi afirmación sería redonda. Tal vez como consuelo o justificación para
mi actitud, mis pecados, aquello que me costaba admitir o me avergonzaba. Hoy,
muy en parte por la buena fortuna de lo que me tocó vivir, me gustaría
consignar en estas líneas que la verdad jamás es absoluta. Ni porque yo afirme
algo será verdad, ni porque lo ponga en duda será falso.
Todo lo que fue el Danismo está
marcado por una serie de cambios mucho más profundos que simpatizar por un
estilo, mirar distinto los días o las noches, adoptar nuevos detalles o
términos al lenguaje, comportamiento e incluso el físico. Yo creo que el
Danismo fue importante porque, así como en otras épocas, lo que aportó permitió
seguir mi crecimiento como ser humano, pero no con base a banalidades antes
mencionadas.
Banalidades que hasta ese momento eran
de suma importancia, porque nosotros de forma individual le damos el valor a
las cosas que experimentamos y queremos retener con toda el alma. El Danismo,
que significa Elismar, involucró una filosofía sin lineamientos, una
constelación sin nombre, una risa sin motivo. La única premisa que enseña, es
buscar la plenitud y la felicidad en las pequeñas cosas.
Dejó de importar si es el dolor lo que
causa tales emociones, o si es una mirada, una situación, una fiesta, un
momento a solas. Creo que este movimiento enseña a no discriminar ideas
distintas o contrarias, a buscar la luz y tenerla como centro de todos tus
actos. Tal vez no tanto para con el prógimo, sino contigo mismo. Es este el
momento donde importas tú, verdaderamente.
En aquellos días, cuando me hallaba en
medio del duelo que contaba al principio, me tocó tomar bastante aire y
determinación para revolver todos esos recuerdos que me causaban malestar. Los
pequeños momentos bonitos, chistes, jerga recurrente, eso que constituye los
cimientos de una relación a simple vista funcional. El margen donde me
automediqué sigue materialmente conmigo, ya que así pude ir mirando mi progreso
a través del tiempo.
Me sorprendió muchísimo darme cuenta,
hace escasos minutos, que todo eso que maldije en la época de despecho, ahora
es como un trago dulce que no duele. Algo así lo denominé. Esos recuerdos
debían convertirse, poco a poco, en algo que me pudiera enseñar a ser mejor
tanto conmigo como con las personas que vinieran. Me negué a repasarlos en
detalle, quizá porque en el fondo sabía que aún me dolía; que aún estaba
vigente.
Y no. No fue así. Justo cuando pensaba
que se me inundarían los ojos de lágrimas, comprendí que era solo eso que
estaba destinado a sentir cuando hubiera sanado por completo: bienestar. Por
haber superado el duelo, por haber aprendido de él, por haber perdonado mis
errores y darme la oportunidad de ser nuevamente. Bienestar.
Estoy seguro de que el Danismo es
mucho más que lo descrito aquí y lo descrito en ese margen. Sin embargo, siento
que por esta vez no poseo una deuda con la historia o la inmortalidad que aguarda
allí, en algún sitio, después de partir. Me parece que le he dado tanta energía
y tanto espacio a eso, que ahora mismo no hay nada que pueda decir, que no esté
dicho ya.